Sí. Este es el verano de las faldas mini, los sentimientos maxi, y las declaraciones de amor de 4 horas con alguien que acabas de conocer. Porque mientras los medios se empeñen en hablar de miedos y apocalipsis climáticos, de aranceles y guerras mundiales; a ti lo que te apetece es un polvo consciente, un mojito radioactivo y quizá un masaje tántrico con final feliz.
Porque estamos todos en ese punto justo entre la ansiedad existencial continua y el subidón de un nuevo remix de Bad Gyal. Porque si se viene el fin del mundo y del planeta la única respuesta lógica es: vivir fuerte, sudar bonito y besar a mucha gente.
Y nos encanta vincularlo al verano y al buen tiempo… pero huele a que puede ser una vibe que llaman los jovenzanos; una corriente sociocultural y un modo de vida que abandona los ensayos y los trends de tiktok para impregnar la realidad. Si unimos puntos entre aquellos que romantizan el slow-life y la anti-productividad; la bratz era de Charlie XCX o el auge del turismo emocional (el que busca experiencias y no fotos de IG) quizás lo que se atisba es la contrarrevolución del hedonismo existencialista, buscar el placer como afirmación ante lo efímero o lo catastrófico, bailar con el vacío y elegir el disfrute como resistencia ante el sinsentido y como puro acto de rebeldía y goce.